El último espartano
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Hergé supo inculcar el didactismo de las aventuras de Tintín, que tuvo su máxima expresión en los documentadísimos viajes del periodista, a sus discípulos. De ahí que Alix, el gran personaje de Jacques Martin -el más pródigo en creaciones de los discípulos de Hergé-, fuese tan viajero o más que el infatigable reportero de Le Petit Vingtième. Sin embargo, acaso sean los de Alix los viajes más célebres de toda la Línea Clara. Objeto de una serie independiente, en España se editaron algunas entregas con el sello de Glenat en los años 2000. Hojeé los primeros de aquellos álbumes con un interés que perdí al comprobar que no eran cómics sino esos libros de viajes que el lema de la colección indicaba de forma inequívoca.
Mi anhelo era adentrarme en el universo de Alix a través de las aventuras del personaje y ahora, tras una espera digna de Penélope de la que ya he dado noticia en esta bitácora, al fin lo estoy haciendo. En la última edición de la feria del libro he tenido oportunidad de comprar las siete entregas originales de Jacques Martin que me faltaban y a la espera de La torre de Babel -la única que aún me resta-, ya auguro en ellas mis lecturas más felices de este verano. Recientes aún las de El caballo de Troya y El niño griego, una de las cosas que más me llaman la atención de esos viajes de Alix es la frecuencia con que éstos le llevan a los restos de la antigua Hélade. Creo entender que la fijación de Martin con dicho lugar y dicho tiempo -habrá que recordar que Orión, allí ambientada, es otra de sus series más personales- es consecuencia de la trascendencia que esa antigua Grecia tuvo en el Imperio Romano, de cuya peripecia Alix es partícipe.
También me llama la atención la frecuencia con que la desaparición de Enak desencadena el asunto a desarrollar en el álbum. Refirámonos a él como el hilo de Ariadna ya que estamos en Grecia y ya que el gran Hergé llamaba así al argumento. Esa desaparición de Enak como principio es el caso de El último espartano (1967), que se abre con Alix recuperando el reconocimiento tras haber naufragado en la Costa Jónica presto a buscar al egipcio entre los reinos del naufragio. El álbum, como todos hasta Vercingétorix (1985) inclusive, fue publicado previamente por entregas semanales en la revista Tintín entre 1966 y 1967. De modo que llama la atención, a medida que se avanza en las viñetas, que no se perciba en modo alguno esa fragmentación, como sí se hace en Alix el intrépido (1948), que tuvo. Y es que Martin, mediados los años 60, además del grafismo de Alix que prefiero -ese que los expertos sitúan entre 1962 y 1976- ya había alcanzado la cumbre de su genio. Genio que, junto al del propio Hergé, Edgar P. Jacobs y Bob de Mor, sigue siendo uno de los pilares de la Línea Clara, ese diseño gráfico que, precisamente por devolverme a ella, amo tanto como a mi dichosa infancia. Pero volvamos al hilo de Ariadna.
Tras ganarse la confianza de uno de de los naturales del lugar, éste confiesa a Alix que unos piratas acuden a la costa para provocar los naufragios de los barcos romanos y esclavizar a los supervivientes. Como Roma prohíbe que se esclavice a sus ciudadanos, los griegos han de hacerlo clandestinamente.
Así pues, siguiendo el rastro de Enak, Alix da con una ciudadela que es toda una fortaleza escondida. Aunque naturalmente consigue salvar a su amigo y a un par de romanos, el Enak que aquí se nos presenta aún es un niño débil y torpe. De modo que los dos camaradas no tardan a ser cautivados por los griegos. Herodes, el oficial heleno al que se entregan, les promete honrarles como enemigos vencidos y -en contra de lo que cabe nos hace suponer su nombre- será su único defensor en un primer momento. Pero quien manda en la ciudadela es la reina Adrea, su general es Alcidas, quien no tarda en destacarse como el mayor enemigo de Alix.
Aunque Adrea es descendiente de Agamenón -como es sabido el caudillo griego contra los espartanos-, el espíritu que impera en su fortaleza es el de Esparta. Imbuidos de él -y de las diferentes virtudes de cada una de las ciudades de la antigua Hélade-, los griegos acuartelados en la fortaleza escondida pretenden echar a los romanos del país e incluso acabar con Roma. Pero Adrea, pese a haber soñado que Alix pondría fin a su pequeño reino, no puede evitar la admiración que le inspira nuestro héroe cuando, para evitar que corten las manos a Enak, se enfrenta él solo a toda la guarnición con la espada rota gritándoles que los romanos, antes de convertirle en uno de los suyos, siempre le dieron la oportunidad de defenderse.
Mucho menos exitosas internacionalmente que las aventuras de Tintín, me parece que las aventuras de Alix no han sido traducidas al italiano -al latín sí-, lo que no deja de ser una paradoja puesto que entrañan una exaltación de Roma no conocida ni en ese peplum del que, según el propio Martin, son deudoras. Como también es otra paradoja que sí conozcan una versión griega pese a lo dados que son a la villanía los griegos para Martin, acaso en herencia de Rastapopoulos, el gran villano de las aventuras de Tintín, también griego.
Pero volvamos al hilo de Ariadna. La intervención de Alix en favor de Enak da lugar a una secuencia en verdad sublime (págs. 38-41), una de cuyas viñetas es la que se reproduce en esta edición mía, primera de Netcom2; nº 350 de una tirada de 1.300 ejemplares fechada en 2010. Dotándola de un ritmo cinematográfico, Martin viene a demostrar en ella que la relaciones entre el cine y el cómic -el Séptimo y el Noveno artes- son mucho más estrechas que las existentes entre la gran pantalla y el rudimentario teatro. En sus viñetas, Adrea ordena que no se le mate y nombra al galo-romano preceptor de su hijo, Heraklión.
Alix aprovecha su nueva condición para perderse entre los subterráneos de la ciudadela y liberar a los esclavos. Su acción, unida a la llegada de los romanos al mando del general Horatius de Las legiones perdidas, luego de haber sido avisados por los dos que Alix liberó al principio, pondrá fin al reino de Adrea. Antes de autoinmolarse en el templo junto a los últimos defensores de la ciudadela, en sutil alusión al fin de Los Nibelungos y en otra secuencia sublime como el final de una película, Adrea, apelando a la magnanimidad que el vencedor ha de tener con el vencido, le confía a Heraklión. En efecto, Alix promete a la reina que el niño será para él como un hermano. Al punto, el general Horatius ordena a sus soldados que respeten a Heraklión tanto como al más sagrado de sus estandartes y proclama que es ese último espartano al que alude el título.
Veinte años después, en su primer álbum que no fue publicado con anterioridad por entregas en la revista Tintín, Martin volvería sobre Heraklión, Horatius e incluso la autoinmolación a la manera de Los Nibelungos en El caballo de Troya, cuyo hilo de Ariadna será la adopción -finalmente impedida- de Heraklión por Horatius. Como se ve, ya me adentro en el universo de Alix.
Publicado el 24 de junio de 2014 a las 13:00.